El año 2020 pasará a la historia como el horrible año de la pandemia que azotó al mundo y desmontó el modelo productivo y social de los países desarrollados. A partir de este año en el que las cifras de paro se han incrementado de manera desmesurada inevitablemente, hemos puesto en duda nuestra escala de valores y hemos descubierto qué es lo que realmente nos resulta imprescindible para sobrevivir cada día en situaciones extraordinarias, deberíamos replantearnos cómo queremos vivir en el futuro para que el futuro, en efecto, exista.
La sanidad, la educación y los servicios sociales públicos han resultado ser el estandarte de nuestra supervivencia. También, el rescate económico y la protección de los sectores más desfavorecidos han resultado imprescindibles para no dejar a nadie atrás.
En el mismo sentido, durante los primeros días del Estado de Alarma en el país, y ante la previsión de ser confinados, muchas familias se trasladaron a los entornos rurales en busca de un asentamiento más amplio, tranquilo, seguro y, a menudo, dotado de espacios al aire libre en los entornos rurales que permitiesen cierta movilidad y redujese el impacto de la imposibilidad de salir de sus respectivos domicilios. Este fenómeno, meses más tarde, se ha convertido en una oportunidad única para las zonas rurales de la comunidad que han localizado en el teletrabajo un modelo de repoblación viable. Para conseguirlo, no obstante, resulta imprescindible una fuerte inversión por parte de la administración autonómica en el despliegue de la Red en las áreas más remotas de Castilla y León. A día de hoy muchos de nuestros pueblos no cuentan ni siquiera con una conexión 3G mínima adecuada y, a la luz de las últimas informaciones publicadas, parece que el 4G llegará a la Luna antes que a muchos de los municipios de Castilla y León. La apuesta por la digitalización es urgente. Ya no caben más promesas vacías con cada nuevo ejercicio presupuestario.
De igual manera, durante los meses más duros del confinamiento con los datos más alarmantes de decesos y contagios, los castellanos y leoneses fuimos capaces de tejer redes de ayuda a domicilio, entre vecinos, familiares, amigos y conocidos para que los más desfavorecidos y las personas de riesgo pudieran acceder a los productos de necesidad básicos. En esta labor, tuvieron especial relevancia tanto las asociaciones vecinales y organizaciones altruistas no lucrativas (CSA, ONGs, colectivos y fundaciones), los servicios sociales de las respectivas administraciones (locales, provinciales y autonómicas) y la solidaridad espontánea de nuestros propios vecinos y allegados. En estos momentos, solo los establecimientos abastecedores de productos de higiene, alimentación y medicación estaban a pleno rendimiento. De esta manera, pudimos descartar todos aquellos productos de consumo habitual que realmente resultaban prescindibles puesto que el contacto con todo lo exterior suponía un riesgo. También los trabajadores de mensajería se convirtieron en los únicos visitantes habituales de nuestros domicilios. Todos estos trabajadores pusieron en riesgo su propia vida y la de sus familias por seguir ofreciendo un servicio que, dadas las circunstancias, resultaba imprescindible.
Por supuesto, tampoco podemos olvidarnos del sector sanitario el docente y de todos aquellos funcionarios que lograron, pese a las nefastas perspectivas, mantener los servicios más necesarios con su sobreesfuerzo, dedicación, voluntad y, muy a menudo por desgracia, careciendo de los recursos suficientes para afrontar las situaciones más difíciles. Por eso, a día de hoy, la mayoría social respalda los movimientos de negociación colectiva, las concentraciones, manifestaciones y peticiones frente a los abusos y la desmemoria por parte no solo de los diferentes organismos gubernamentales y sus respectivas consejerías implicadas, sino también de muchas empresas que, a día de hoy, no reconocen el valor aportado por sus trabajadores durante la crisis más dura que ha padecido este país en los últimos años. Por eso, los agentes sociales luchamos y seguiremos luchando por respaldar y defender estos derechos. Sin trabajadores, no hay futuro ni para las empresas ni para la administración, y, al fin y al cabo, para sostener nuestro modelo de vida.
Hemos vivido una situación inédita y ahora sabemos que la distopía puede hacerse realidad. Lo más importante en este momento pasa por hacer balance e identificar por qué modelo apostamos en adelante. No podemos mantener nuestro statu quo sin modificar nuestra escala de valores y defender, definitivamente, una economía circular y verde que nos permita resistir y establecer redes de protección de cercanía y salvaguardar nuestro entorno para hacerlo sostenible y viable.
Y es que, en definitiva, las situaciones de crisis deberían ayudarnos a crecer. No dejemos pasar la oportunidad para cambiar todo aquello que, ahora sí, sabemos que no es sostenible.