Recientemente he tenido el honor de coordinar el documento técnico vinculado a un Informe a Iniciativa Propia, promovido por el Consejo Económico y Social de Castilla y León, sobre el mercado de trabajo de los mayores de 55 años en la Comunidad Autónoma. Ha sido un proyecto que ha involucrado a profesionales de cuatro universidades (UVA, UAM, UAH y UNED) para aportar luz sobre la región. Se han procesado cinco bases de microdatos (EPA, EFPA, MCVL, EES y EAT) y bases de datos macroeconómicas con cinco niveles de desagregación espacial (internacional, nacional, regional, provincial y municipal) para obtener las principales conclusiones. Es un estudio de la máxima actualidad y de gran utilidad para afrontar la reconstrucción económica y social de Castilla y León en la coyuntura presente, a partir de unos resultados guiados por el análisis económico, implementado con rigor y esmero. En estas líneas trataré de sintetizar algunas ideas fuerza obtenidas, relativas al marco general del proceso de elaboración de dicho documento.
El estudio del mercado de trabajo de los mayores de 55 años es muy relevante por varios motivos. Sin ánimo de ser exhaustivos, se podrían destacar algunos de ellos. En primer lugar, es un grupo social muy numeroso, en la actualidad y, verosímilmente, en el futuro más inmediato. Esto es debido a que los “baby boomers”, que en España son los nacidos entre 1960 y 1975, forman parte ya de este colectivo. La importancia cuantitativa de la cohorte de edad analizada implica, en segundo lugar, que sus decisiones en el mercado de trabajo tendrán un gran impacto en las cuentas de la Seguridad Social a través de dos canales: las pensiones de jubilación y las prestaciones por desempleo. En tercer lugar, en el documento detectamos algunas conexiones entre el mercado laboral de los trabajadores mayores y las dinámicas territoriales, que pudieran ser explotadas para entender mejor el fenómeno de la despoblación. Finalmente, estos trabajadores presentan características singulares en el mercado de trabajo, en especial en relación con la salud y la productividad, y merecen ser estudiados de una forma diferenciada del resto.
La perspectiva internacional (que enmarca el ámbito de acción de Castilla y León) permite concluir que la tasa de ocupación de los trabajadores de 55 a 64 años en España es relativamente baja en el contexto de los países de la OCDE. Todo lo contrario ocurre en el caso de la tasa de desempleo. Partiendo ya de niveles altos antes de la Gran Recesión, España, además, registra el peor dato en 2018. No obstante, también hay que decir que, por medio de un estimador de diferencias en diferencias, se puede constatar que este empeoramiento no es idiosincrásico, sino consecuencia de un empeoramiento del mercado de trabajo de manera global en el país. También se aporta evidencia empírica que muestra que los países con mayores tasas de ocupación de la población de 55 a 64 años presentan menores tasas de desempleo juvenil. Así, se concluye que el mercado de trabajo no puede conceptualizarse como un juego de suma cero entre las diferentes generaciones, sino que es un juego de suma positiva. Se descarta la falacia de que en el mercado laboral existe un número fijo de puestos de trabajo que hay que repartir entre diferentes personas.
Asimismo, se examinan algunas cuestiones relativas a la salud y la productividad de estos trabajadores. La literatura científica sobre el tema ha sugerido que los trabajadores mayores experimentan con mayor probabilidad accidentes laborales graves y que la duración de las bajas es más larga que la de los trabajadores más jóvenes. Nuestra propia evidencia empírica, presentada en el informe, apoya estos resultados. De este modo, en un ejercicio de simulación, derivado de un análisis econométrico en el que se mantienen constantes otros condicionantes socioeconómicos y de salud, obtenemos que una baja teórica que durase 10 días en el caso de un trabajador de 16 años, duraría aproximadamente una semana más para un trabajador de 66 años. Estas consideraciones de salud pública deben ser muy tenidas en cuenta al plantear las estrategias de envejecimiento activo tan presentes en las agendas políticas de los países desarrollados hoy en día.
Por lo que se refiere a la productividad, desde un plano teórico hay motivos para esperar que los trabajadores mayores sean más o menos productivos que los jóvenes. Por lo tanto, resolver esta incógnita es una cuestión empírica. Al estimar la productividad de los trabajadores en función de la edad con datos microeconómicos, se obtiene una relación no monótona, creciente hasta los 55 años aproximadamente y decreciente a partir de entonces. Pero cuando se compara la productividad de un trabajador de 66 años con uno de 26 años, manteniendo el resto de factores constantes, se concluye que la productividad del primero es cerca de un 9% mayor que la del segundo. También la evidencia macroeconómica muestra una relación positiva, aunque débil, entre la tasa de ocupación de los trabajadores de 55 a 64 años y la productividad de los países de la OCDE. Toda esta evidencia nos hace concluir que los trabajadores mayores, aun habiendo rebasado su nivel máximo de productividad individual, se encuentran entre los más productivos del mercado de trabajo, y que mantenerlos activos (dentro de unos límites) puede ser una excelente idea.