Covid-19 y desigualdad (II): vivienda

Rafael Muñoz de Bustillo, Catedrático de Economía Aplicada, Universidad de Salamanca

La crisis del Covid-19 ha perjudicado de forma muy significativa   a la actividad económica y por consiguiente al empleo, pero también ha supuesto un cambio radical de nuestra forma de vida, especialmente para aquellos que o bien han dejado de trabajar durante el estado de alarma, o lo han hecho telemáticamente desde su hogar. Para todos estos, junto con aquellas personas desempleadas o inactivas (ya por estudios, edad u otras razones), el confinamiento ha significado permanecer un número elevado de días compartiendo el hogar. Esa obligada convivencia dentro de casa ha tenido un impacto importante, que también ha sido desigual entre la población.

Durante el confinamiento todos hemos pensado en algún momento, y así lo reflejan los principales portales de venta de vivienda por Internet que señalan un aumento del interés por viviendas con jardín o buena luz natural, que no es lo mismo sufrir el Gran Encierro en una casa amplia y luminosa, en donde los miembros de la familia disponen de suficiente espacio para “perderse”, que una vivienda pequeña, (interior y sin luz, por irnos al extremo opuesto).

A partir de la explotación realizada por la OCDE* de los datos de la Encuesta Europea sobre Ingresos y Condiciones de Vida (SILC en su acrónimo en inglés), en España denominada Encuesta de Condiciones de Vida, es posible saber en qué medida y para qué colectivos las condiciones de su vivienda les han ayudado a sobrellevar el confinamiento o ha supuesto una penalidad añadida. Para ello utilizaremos el que se conoce como Índice de Hacinamiento, IHa, que relaciona el número de personas que conviven en el hogar (atendiendo a sus características de género y edad) con el número de habitaciones de la vivienda. En concreto, se considera que hay hacinamiento en una vivienda si no hay suficientes habitaciones como para disponer de: a) una habitación para la familia, (b) una habitación por pareja de adultos, (c) una habitación para cada adulto “soltero” de más de 17 años, (d) una habitación para cada dos menores de 17 años si son del mismo sexo, (e) una habitación para cada menor entre 12 y 17 años de distinto sexo.

 Aunque reconozco que la definición parece un trabalenguas, y dista de ser perfecta al no incorporar, por ejemplo, el tamaño de las habitaciones (pensemos en las viviendas tipo loft con muchos metros y pocas habitaciones), este índice nos puede ayudar a  analizar cuál es el nivel de hacinamiento de los hogares españoles (y situar, por qué no, nuestro hogar en relación con dicha categoría), así como comparar España con el resto de los países de nuestro entorno en lo que a este ámbito se refiere. Nótese, en todo caso, que estamos hablando de una definición bastante exigente ya que, por ejemplo, una pareja con dos niños pequeños o adolescentes del mismo sexo, que dispongan de una casa con salón y dos habitaciones no se consideraría en situación de hacinamiento, aunque desde una perspectiva subjetiva, especialmente si los dos tienen que teletrabajar, no sería extraño que ellos consideraran que si lo están. La definición tampoco está pensada para una convivencia permanente (24×7) en el hogar. 

Empezando por la comparación internacional, los datos indican que en España habría un IHa relativamente bajo, del 2,7% en 2018, muy inferior a la media no ponderada de la UE, próximo al 13%, con países como Polonia o Letonia que superan el 30%.

La realidad es que este índice de hacinamiento comparativamente bajo se distribuye de forma muy desigual entre la población. Así, si dividimos a la población en cinco grupos, cada uno de ellos formado por una quinta parte de la población, ordenada de menor a mayor renta familiar (las denominadas quintilas, Q), la primera de ellas, que incluiría al 20% de la población con menor renta, tenía en 2018 un IHa del 5,2%, el doble de la media, mientras que para la quintila superior, Q5, el índice era del 1%. El índice es todavía más alto para el colectivo que vive en un piso de alquiler libre. Así, fijándonos en la quintila más desfavorecida, Q1, el IHa de aquellos en situación de alquiler alcanza el 11,6%, frente al 2,3% de los que son propietarios de su vivienda. Por último, los datos también indican que el hacinamiento, tal y como lo define el IHa, es mucho más común entre la población de menos de 65 años que entre las personas mayores. Así, de nuevo centrándonos en el grupo de menor renta, Q1, el 11% de los menores de 18 años y el 9,6% de las personas entre 18 y 64 años vivían en hogares que cumplían la definición de hacinados, frente a solo el 1,9% de la población de la primera quintila mayores de 18 años.

Esta peor dotación habitacional del colectivo de menor renta, se sumaría a otros riesgos como el desempleo, que también afecta más intensamente a los colectivos de menores ingresos (las dos primeras quintilas), la menor disponibilidad de ordenadores o similares (según la Encuesta sobre Equipamiento y Uso de Tecnologías de Información y Comunicación en los hogares 2019 el 42% de los hogares con ingresos mensuales netos menores de 900€ no tienen ninguno, frente al 2,5% de los hogares con ingresos superiores a 2499€) sin olvidar los problemas que esta limitación genera a la hora de  participar en la educación no presencial, etc. Hecho que refleja tanto la polipatología de la desigualdad, como la acumulación de muchas de sus caras en los mismos colectivos.  

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* OECD Affordable Housing Databasehttp://oe.cd/ahd

Rafael Muñoz de Bustillo

Catedrático de Economía Aplicada, Universidad de Salamanca